Jean-François Debargue
Era un muro de arena, piedras, alambre de espino y minas. Un ejército se había atrincherado allí durante cuatro décadas, al igual que el pueblo servilmente reeducado de este reino se había atrincherado tras una historia reescrita. Esto podría ser el comienzo de un cuento diseñado para asustar a los niños. Pero la realidad nunca deja de superar la ficción. Donde la ficción puede seguir asustando, la realidad ciertamente traumatiza.
En aquella época, las dictaduras, como concienzudos jardineros, injertaban la historia de los pueblos en raíces y pies seleccionados a su antojo, cuando no podaban episodios vergonzosos. El reino, maestro en este arte, dispersa a sus agentes revisionistas en países u organismos democráticos, como cucos en estos nidos acogedores, utilizando el derecho de expresión que no conceden a otros y la permisividad complaciente de las redes sociales.
El comienzo de este segundo milenio se parece mucho al comienzo del primero. Aparecen los mismos síndromes de miedo, de anuncio del fin del mundo, de oscurantismo religioso, de cuestionamiento de los hechos establecidos. El reino saqueó impunemente a su vecino, organizó marchas de mendigos como tantas cruzadas medievales, amenazó a sus antiguos amos, convertidos en aliados de circunstancia, con oleadas migratorias, y se entregó al tráfico y la explotación de seres humanos a pesar de las leyes internacionales que se habían puesto en marcha en el afecto emocional del « ¡Nunca más! » y que fueron inmediatamente dejadas sin efecto en el nombre pragmático de la « ley del más fuerte ».
Este muro de arena, olvidado en medio del desierto, nació del cerebro reptiliano de un soberano en peligro, ayudado en su concepción y financiación por unos pocos aliados por servicios prestados o deudas contraídas. No es de extrañar que los proyectos murales sienten sus bases en esta parte del cerebro, sin duda bien protegida, de ciertos dirigentes. La historia confirmó que la transmisión despótica de la parte reptiliana sofocó cualquier parte humanista.
Pero volvamos al muro.
Con casi 2.800 km de longitud, plagado de millones de minas y de tecnología de detección avanzada, vigilado por más de 120.000 hombres, mantenido con un coste diario de 2 millones de euros, este muro, con sus vertiginosas cifras, no podía competir con la inconmensurable vergüenza que naturalmente le dio su nombre.
Por lo tanto, el muro de la vergüenza podría sostenerse por sí solo. Pero hay un segundo. Igual de protector, igual de costoso, igual de inicuo.
El muro diplomático, el otro obstáculo
Presentado como una promesa, era mejor que el primer muro para impedir que el pueblo saharaui reclamara su territorio. Se trataba de un hermoso muro diplomático, un muro que congelaba la situación mejor de lo que podría hacerlo un muro ordinario, un señuelo que permitía creer en la posibilidad de una solución negociada, una construcción tan falsa como un fake-new, en definitiva una misión de la ONU (MINURSO) que la propia ONU sabía condenada al fracaso antes de su creación, siendo los miembros de su Consejo de Seguridad a la vez jueces y partes en el conflicto. El segundo muro no jugaba a la resolución sino a la costosa putrefacción de la situación.
El presupuesto aprobado para la Minurso (julio de 2020-junio de 2021) es de 61.740.200 dólares, es decir, casi 1,2 millones por semana. La decadencia no es la neutralidad, que a menudo es demasiado lenta en la aplicación de las directivas, sino la inclinación hacia quien se beneficia de ella, el reino cherifiano. La Minurso es la única misión de la ONU en el mundo que no tiene el mandato de velar por el respeto de los derechos humanos, y desde hace más de dos años está sin jefe. No sólo no ha puesto en marcha el referéndum de autodeterminación desde hace 30 años, sino que tampoco ha conseguido que Marruecos respete la zona de amortiguación ni ha garantizado el alto el fuego, que también es violado por Marruecos.
El muro diplomático es, pues, una sucesión de fracasos construidos desde cero para proteger los intereses marroquíes o, más exactamente, los intereses del majzén, que no son necesariamente los mismos. Presentada en 1991 como una apertura hacia la resolución del conflicto mediante el establecimiento de un referéndum de autodeterminación en los nueve meses siguientes, la misión de la ONU se ha convertido durante 30 años en el símbolo de una impotencia que se ha convertido en cómplice de una injusticia.
La cinta de la condecoración de la Minurso, concedida a cada uno de sus miembros tras 90 días de impotencia internacional, es del color de la arena y del azul, los dos colores que el desierto ofrece al espectador. Estos dos colores permiten que este muro de la injusticia se integre de forma invisible en la realidad del desierto. La ONU sigue premiándose cada trimestre con condecoraciones por su presencia sin ninguna obligación de conseguir resultados. ¿Qué hay que conceder a los refugiados saharauis en los campamentos desde hace 45 años, a los desaparecidos, a los presos privados de todo derecho, a la población saharaui ocupada?
A ambos lados de los muros paralelos de la vergüenza y la injusticia, el tiempo no consigue empañar los colores de la cinta de la esperanza que lleva el pueblo saharaui.
Fuente : 24hDZ, 06/07/2021
Etiquetas : Sahara Occidental, Marruecos, muro de defensa, muro de la vergüenza, #SaharaOccidental #Marruecos
Soyez le premier à commenter